miércoles, 23 de mayo de 2012

Rienzi, o la obra "desheredada" de Wagner

Rienzi jura obtener justicia por la muerte de su hermano, según el pintor inglés William Hunt

Aprovechando las representaciones - ¿se puede emplear el término en referencia a una versión en concierto? - de Rienzi en el Teatro Real se han escrito diversos artículos, en los que a veces predomina la toma de posición respecto a la actual directiva del coliseo madrileño. Los Boletines Oficiales, por así llamarlos, exaltarán la presencia de una rareza semejante en el cartel del teatro. Sin detallar demasiado sobre los cortes inflingidos a la partitura,  siempre mutilada con desparpajo por los directores de turno, naturalmente. Los Acérrimos S.A. contarán con delectación las entradas sin vender, dirán que es plúmbea-justamente olvidada-blablabla, la cantinela habitual. Unos y otros son bastante divertidos en su empecinamiento, la verdad. Lo que también sale a relucir cada vez que se menciona Rienzi es la vieja historia de que era la ópera favorita de Hitler. Sin ser una experta en la biografía del individuo en cuestión, sí que puedo asegurar que semejante cosa la he oído decir, a lo largo de los años, de media docena de obras distintas, incluyendo La Viuda Alegre de Léhar o Tiefland de Eugen d'Albert y, claro, varias de Wagner. Alex Ross las citaba en un reciente artículo, al cual os remito para no abundar más sobre el asunto.
Interior de la ópera de Dresde en el siglo XIX
Rienzi responde a la clásica estructura de la grand opéra: cinco actos y un ballet. Este último muy prolongado, con unos cuarenta minutos de música que Wagner concibió como un elemento más en el libreto - una pantomima sobre la violación y posterior suicidio de Lucrecia y por tanto el nacimiento de la República romana - y que como era de esperar ha sufrido la tijera, tanto en grabaciones de estudio como en representaciones. El tema histórico y la espectacularidad de Rienzi, que la hacen difícil de representar, también son señas de identidad de la grand opéra, llevada a la máxima expresión por Meyerbeer. A Rienzi llegó a apodársela - es Von Büllow el autor de la frase - como la mejor ópera de Meyerbeer. La influencia de éste, tanto como la de Spontini, era patente en esta obra juvenil de Wagner. Ya sabemos la inquina que en años posteriores albergaría hacia el compositor de Los Hugonotes, así que dicha influencia no fue reconocida... Sí la de las obras spontinianas. De hecho, Spontini conocía Rienzi y, según le dijo a Wagner, suponía lo máximo a lo que el entonces joven compositor podía aspirar. Equivocábase el bueno de don Gaspar, que, por otra parte, compartía con Wagner  la animadversión hacia Meyerbeer, teñida en el caso de Spontini de  verdadera paranoia. En su madurez Wagner renegará de esta obra temprana - ¡escrita a los veintitantos! -, su primer éxito... así como de Die Feen y otras composiciones de juventud. Hará algo más que eso: según recogería Cosima, Rienzi repugnaba al maduro Wagner.
 
El ballet del Acto II, en la grabación de Downes, la más completa de las existentes.
Edwar Bulwer-Lytton, autor de la novela en la que Wagner se basaría
El libreto de Rienzi era obra del propio autor y se basaba en la novela Rienzi, the last of the Roman tribunes (1835), de Edwar Bulwer-Lytton (1803-1873). Hoy la ópera es bastante más conocida que el libro en cuestión, justo al contrario de lo que sucedió con las que Pacini y Petrella basaron en la novela más conocida del autor inglés, Los últimos días de Pompeya. Lytton, a su vez, recogía la historia de Nicola Gabrini, conocido como Cola di Rienzi, que vivió entre 1313 y 1354. Wagner adaptó a Bulwer-Lytton tomándose bastantes libertades con el original. Por ejemplo, Irene era un personaje mucho más discreto en la novela, así que Wagner le otorgó algunas de las cualidades de otro personaje: Nina Raselli, la esposa de Rienzi, que muere junto a él en el Capitolio. Tanto Adriano Colonna como Irene acaban salvando la vida, y la novela acaba con los dos jóvenes - ella inconsciente aún - huyendo en una solitaria barca, surcando las aguas de un Tíber iluminado por el incendio. En la ópera wagneriana Irene adopta los ideales de su hermano hasta las últimas consecuencias, muriendo junto a él y renunciando a la oportunidad de escapar con Adriano.
Los primeros esbozos los comenzaría Wagner en Riga, hacia 1837. Después, durante su viaje a Francia, llegó a enseñarle parte del libreto - los tres primeros actos - a Meyerbeer, que se mostró muy interesado. De hecho lo proclamó como el mejor libreto que había visto y prometió su ayuda al joven compositor. En aquella época, Wagner no era desde luego el acérrimo detractor de la obra meyerbeeriana. Todo lo contrario: buscaba la amistad del exitoso colega, entre otras cosas para conseguir influencia en vista a un futuro estreno de Rienzi en París. Este no tendría lugar, pero de todas maneras la intervención de Meyerbeer fue decisiva para que la Ópera de Dresde pusiera en escena Rienzi. Las cartas que Wagner escribió a Meyerbeer ofreciéndose a ser su esclavo en cuerpo y alma y a estarle eternamente agradecido no hablan demasiado en favor del de Leipzig, teniendo en cuenta acontecimientos posteriores. El 20 de octubre de 1842 tuvo lugar la primera representación, que se saldó con un éxito considerable, a pesar de los temores de Wagner sobre la larga duración de la ópera: seis horas. Posteriormente realizaría cortes en la partitura y la dividiría en dos jornadas para facilitar su puesta en escena. Durante la vida de Wagner Rienzi siguió gozando de popularidad, pese al creciente rechazo del compositor hacia ella. Eso sí, siempre ha estado alejada del "canon" wagneriano y de las escenas de Bayreuth, aunque esto último va a cambiar en un futuro próximo. La frecuencia de las representaciones ha disminuido en la segunda mitad del siglo XX, si bien la obertura - también en su versión cortada -  nunca ha abandonado las salas de concierto. Aunque existe una edición crítica a partir de los materiales disponibles - y reflejada en la grabación de 1976 con Downes a la batuta -, lo cierto es que la pérdida de los originales hace muy difícil reconstruir el Rienzi tal y como era cuando se estrenó.
El final del Acto III de Rienzi, tal y como se representó en París en 1869

La obertura, en interpretación de Arturo Toscanini

 

El argumento.


ACTO I.  Nos encontramos en la Roma del siglo XIV. La ciudad ha sido abandonada por el Papa y se encuentra dividida en dos facciones: la de los Orsini y la de los Colonna. Cuando se alza el telón nos encontramos con una escena nocturna: frente a la casa de Rienzi, los Orsini se disponen a raptar a la hermana de éste, Irene. La joven pide auxilio y pone toda la resistencia de la que es capaz, pero en vano. Por suerte para ella irrumpen en escena los Colonna, que al ver a sus enemigos desenvainan y se lanzan contra ellos, en principio más por estropearles los planes que por salvar a la doncella en apuros. Pero tras los suyos llega Adriano di Colonna - papel para mezzosoprano en travestí -, que reconoce a su amada Irene de inmediato. El joven se une a la lucha sustrayendo a Irene de las manos de los Orsini. Su gesto le vale la felicitación de Steffano Colonna, su padre. Pero los Orsini no se arredran y el combate se reaviva: ni siquiera la aparición del legado papal sirve para que unos y otros dejen la lucha. Es más, el cardenal no es tomado en serio por ninguna de las dos facciones, que lo mandan a ocuparse de sus asuntos. Rienzi hace su entrada y todos se detienen: el pueblo le abre paso con respeto, los nobles contemplan con estupefacción su influencia sobre los romanos. Tras un encendido discurso del recién llegado sobre las pasadas grandezas y actuales miserias de la Ciudad Eterna, los Orsini y los Colonna deciden aplazar el enfrentamiento para la mañana siguiente, a las puertas de Roma. Desaparecidos los nobles de escena, el pueblo suplica a Rienzi que lo salve de la esclavitud. Rienzi decide que, dado que las dos facciones estarán ausentes de la ciudad al día siguiente, es hora de empezar una rebelión que devuelva el poder al pueblo. Una vez a solas con su hermana y Adriano, se asombra de que un Colonna haya defendido a Irene. Sobre todo porque fue un miembro de esa familia quien acabó con el hermano de Rienzi, un pobre muchacho inocente. Desde aquel momento, había jurado venganza. Pero está dispuesto a perdonar si Adriano se une a los plebeyos. El joven así lo hace y Rienzi le confía a Irene. La rebelión estalla y Rienzi, que cuenta con el apoyo del pueblo y de la Iglesia, es aclamado por los romanos, que le ofrecen la corona. Rienzi la rechaza, y, tras decir a los romanos que deben permanecer libres, acaba pidiendo en cambio el título de Tribuno del Pueblo.
ACTO II.  En una sala del Capitolio, Rienzi celebra una fastuosa recepción. La paz parece haber vuelto a Roma, pero bajo la superficie los nobles preparan la muerte del tribuno. En efecto, tanto los Colonna como los Orsini han decidido unir fuerzas para eliminarlo, aunque finjan sumisión. Orsini y Colonna acuerdan apuñalar a Rienzi ese mismo día y apoderarse de la ciudad. Adriano escucha la conversación y queda horrorizado, debatiéndose entre dos lealtades distintas: la que debe a su padre y a su familia y la que debe al hermano de Irene, cuyas ideas ha adoptado. Colonna reta a su hijo a que le denuncie y reniega de él. Adriano se aleja, atormentado. Mientras tanto, Rienzi recibe a los embajadores, momento en el que se inserta el ballet. Adriano advierte al tribuno de que uno de los nobles quiere matarlo, pero no revela nombres. Rienzi parece tranquilo: su cota de malla lo protegerá. Y así sucede: terminada la danza, Orsini intenta clavar su puñal en el pecho del tribuno, sin éxito. La guardia ocupa la sala y los nobles son condenados a muerte. Adriano exige, y después suplica, que se indulte a su padre. Irene se une a sus ruegos. Rienzi consiente, mientras el pueblo lo aclama. Pero los nobles se sienten aún más humillados por la exhibición de magnanimidad y, de nuevo, traman vengarse.
ACTO III. El Foro. Los nobles han reunido un ejército y marchan sobre Roma. Rienzi, que ha vuelto a alzar al pueblo en armas, se dirige contra ellos. Adriano se ofrece a ir al campamento para ofrecerse como rehén y evitar la guerra, pero Rienzi no le escucha. El joven Colonna se lamenta de su destino mientras, retenido por una desesperada Irene, escucha a lo lejos el fragor de la batalla. Rienzi vuelve a entrar en la ciudad como vencedor. Los cadáveres de Colonna y Orsini son traídos al foro. Arrojándose sobre el cuerpo de su padre, Adriano maldice a Rienzi y jura venganza por la aniquilación de su familia. Rienzi, en medio de las aclamaciones, desprecia al joven y se incorpora al cortejo triunfal.
ACTO IV. Junto a la Basílica de San Juan de Letrán. Rienzi ha ido perdiendo el apoyo del pueblo y de la Iglesia, así como del Emperador, que no soporta su altanería. Convencidos de que Rienzi los lleva al desastre, todos deciden eliminarlo. El brazo ejecutor, naturalmente, sería Adriano di Colonna, que confía así en aplacar el espíritu de su padre. El tribuno debe llegar hasta San Juan para celebrar un Te Deum por la victoria contra los nobles y ese será el momento en el que los conjurados le darán muerte. Pero Rienzi aparece acompañado por su hermana. Adriano no se atreve a descargar el golpe en presencia de Irene, y así el cortejo se aproxima a la basílica, de la que salen cánticos que no son precisamente un Te Deum. Cuando Rienzi pone el pie en la escalinata, Raimondo sale del templo e impide su entrada: está excomulgado, y con él todos los que le sean fieles. Desbandada general. Sólo un aturdido Rienzi, Irene y Adriano quedan en escena, mientras los cánticos siguen sonando. Adriano se acerca a Irene e intenta llevársela de allí, pero ella lo rechaza y acude junto a su hermano.
 
Allmächt'ger Vater, blick herab!, la plegaria del Acto V, aquí interpretada por Windgassen

ACTO V. Una sala del Capitolio. Solo, Rienzi entona una plegaria - que se convertiría en otro de los fragmentos más conocidos de la ópera -; Irene entra durante la oración y contempla conmovida a su hermano. Rienzi la abraza: todos lo han abandonado menos ella, pero quiere que se salve y busque la seguridad junto a Adriano. Sabe que el odio del joven se dirige sólo contra él, no contra su estirpe. Pero Irene no quiere oír hablar del asunto: prefiere ser leal a Rienzi, aunque para ello tenga que renunciar al amor, o incluso a la propia existencia. En el exterior, el edificio está cada vez más cercado y el edificio es incendiado. Poco después llega Adriano, disfrazado, pero Irene no quiere irse con él y lo desprecia. Aun así, Adriano dice que la salvará, aunque sea a través de las llamas. Rienzi y su hermana aparecen, abrazados, en el balcón del Capitolio, mientras el fuego los atrapa y el pueblo les arroja piedras. En la versión original, Rienzi maldecía a los romanos, algo que Wagner suavizó en posteriores revisiones.  Adriano y unos cuantos hombres a caballo aparecen y dispersan a la multitud. Él intenta llegar hasta Irene para rescatarla, pero el edificio se derrumba, sepultando a los hermanos y al joven Colonna.

En cuanto a la discografía, podéis consultarla en este enlace. Algunas de esas grabaciones están disponibles en Spotify... y otras, en diversos sitios. Si se está interesado en Rienzi, de todas maneras, es mejor empezar por la más completa posible, que, como decía más arriba, es la de Downes. Los intérpretes no serán de primera clase, pero tras la edición crítica de 1976 es probablemente lo más parecido a una integral que tendremos jamás. Os dejo con un par de críticas aparecidas en la prensa digital - esta y esta - de las representaciones del Teatro Real y recordándoos que el día 24, es decir, mañana, podréis seguir la retransmisión de Rienzi en Radio Clásica.


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