martes, 1 de enero de 2013

Historia de dos conciertos

Dos conciertos para celebrar el nuevo año, desde Viena y Venecia, han saludado la entrada de 2013. Uno es una tradición afirmada. El otro, un intento de imitación que el próximo año cumplirá una década. Sigo, invariablemente, el primero en directo. Para el celebrado en La Fenice, suelo recurrir a las almas caritativas que lo cuelgan en la red. No sólo me interesa menos, sino que su visionado me convence, cada vez más, de lo inútil de imitar el formato de Viena. Si los insertos de ballet ya resultan almibarados en versión vienesa, toda imitación de ellos parece aún más edulcorada. Y si además se elige un fragmento musical completamente inadecuado, la cosa resulta hasta un tanto ridícula. Porque, ¿tiene sentido hacer una coreografía del Preludio de Attila? Lo apunto como un motivo más para evitar el concierto veneciano en lo sucesivo.
Pero vayamos primero al corazón de Austria. Repetía, después de 2011, Franz Welser-Möst, que ya hiciera torcer el gesto a más de uno en su estreno. Incluyéndome a mí, por supuesto. Dije entonces que parecía escasamente implicado y poco adecuado al espíritu festivo del concierto. Aunque este año las cosas han mejorado un poco, la sensación de aburrimiento es la misma. Hasta la tradicional broma, consistente en esta ocasión en el reparto de animalitos de peluche, ha resultado un tanto forzada. Contenido, parco en gestos, Welser-Möst se ha colocado al frente de una orquesta que parecía haber puesto el piloto automático. Siendo la Filarmónica de Viena, suena igualmente gloriosa. Incluso hubo momentos de franco disfrute y, como ya comentaba, celebro la inclusión de la obertura de Caballería ligera de Suppé, con la esperanza de no tener que aguardar tanto tiempo para escucharla otra vez en un Concierto de Año Nuevo.
Arriba, Franz Welser-Möst en Viena. Abajo, un momento del Concierto de la Fenice
Por lo demás, y aparte de cierto tedio, el concierto ha destacado por la cantidad de obras "nuevas" que se han interpretado en él. Once piezas que jamás se habían tocado un 1 de enero en la célebre Sala Dorada. Soy una declarada amante de las rarezas y aprecio la valentía de salir de lo habitual. De no repetir otra vez la Annen Polka, por poner el mismo ejemplo de siempre. Pero existe un riesgo si no se tiene una personalidad marcada: el de que estas piezas pasen en medio de la indiferencia más absoluta. En un concierto de los Strauss y similares, los dos mejores momentos han sido, para mí, los dedicados a Wagner y a Verdi. Sobre todo el primero, con el Preludio al Acto III de Lohengrin. Diríase que Welser-Möst se sentía más feliz fuera del corsé de director-objeto del 1 de enero. Mismo caso con el ballet de Verdi, o lo que quedó de él. Sigo dándole vueltas al hecho de haber escogido una obra mutilada, cuando tal vez se podría haber tocado una obertura o un preludio completos. Veremos qué tal resulta el año que viene con Barenboim. Debo decir que tampoco me convenció la primera y hasta ahora única vez. Thielemann queda, por el momento, fuera de alcance, al menos mientras esté en Dresde... y tenga que solventar, cada año, alguna cancelación de última hora.
Respecto a la retransmisión, me hago las mismas preguntas de siempre. ¿Por qué vemos los colores tan saturados en la televisión española? ¿Qué clase de compresión emplean? Incluso a través de Internet era obvia la diferencia de colores y de sonido. Tantos años siguiendo el concierto y siempre las mismas frustraciones. No obstante, hay que agradecer que hayan colgado la retransmisión entera en su página (RTVE A la carta). Eso, para los que se quedaron con ganas de valses. Por si es necesario, puntualizar que el disco y el deuvedé estarán a la venta en los próximos días y que hace al menos un mes que tienen portada.
vídeo de Kewban
Simultáneamente, la televisión italiana retransmitía en directo el concierto desde La Fenice. O más bien, parte del concierto. La RAI tiende a ignorar la mitad, que casi siempre está centrada en torno a una sinfonía, en este caso la Segunda de Tchaikovsky. Acompañaba a la Pequeña Rusia, en esta primera mitad que sólo se ha podido escuchar por la radio, la extensa Sinfonía para Aida que Verdi compuso en 1872. En el compositor de Busetto se centraba casi exclusivamente el concierto. También se incluyó el Galop del Sitio de Corinto rossiniano. Curioso: la única pieza que sería adecuada para insertar un ballet... y en la que no se ha insertado ninguno. En su lugar, se hicieron experimentos con los preludios de Un Ballo in Maschera, Attila y La Traviata¿Por qué? Repetía en el podio John Elliot Gardiner, cuya afinidad con el repertorio verdiano es, como mínimo, discutible. 
Como solistas intervinieron Desirée Rancatore (Mercè, dilette amiche, Sempre libera) y Saimir Pirgu (Questa o quella, La mia letizia infondere). A dúo entonaron el Brindis de La Traviata. Además se cantaron los coros Di Madride noi siam mattadori, O Signore dal tetto natio y Va, pensiero. La inclusión de estos dos últimos se entiende mal, salvo que, por ser tan célebres y tan importantes para los italianos, no se quieran dejar fuera. Otra cosa es la manía de considerar alegre el Brindis, pero se ha hecho costumbre... La intervención de Rancatore y de Pirgu no me ha parecido particularmente brillante. Tal vez mejor la primera. Pero Verdi es Verdi. Si cerramos los ojos y dejamos de preguntarnos qué hacen los bailarines - que no tienen culpa de nada, por otra parte - evolucionando a los sones de Attila y vestidos a lo Cascanueces, si prescindimos de la obsesiva imitación de Viena, tal vez algo queda por disfrutar.
vídeo de Gio Hans B, que también ha subido el resto del concierto

1 comentario:

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Completamente de acuerdo en lo de Viena. En cuanto a Venecia, hace tiempo que dejé de verlo, por las razones por ti explicadas. ¡Y pobre Verdi! Gracias por compartir tus opiniones.

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