En los últimos días, lo mejor ha sido escuchar la maravillosa apertura de temporada de la Scala. Soy una maldita mitómana y cuando escucho el nombre del teatro milanés comienzo a salivar inevitablemente. Sé que cuando vaya sufriré un síncope, un ataque de histeria o algo similar (y como fruto de él, puede que no me dejen entrar...). Y son noches como la que se vivió el día 7 las que me han convertido en cuasihistérica en este terreno. No sé mucho de Wagner, todo sea dicho. A decir verdad durante mucho tiempo le tuve miedo a Herr Richard. Por aquello de invadir Polonia, y la supuesta música estruendosa, y tal y cual, y Pascual. Gracias a una extraña casualidad (me gustó la leyenda del Holandés Errante, y quise escuchar la ópera, y a partir de ahí estuve perdida para el bando de los antiwagnerianos para siempre), comencé a conocerla poco a poco. Aun así comencé a escuchar la "prima" del pasado viernes con cierto escepticismo. Primeramente, porque aunque le esté tomando el gustillo a Wagner, eso no quiere decir que sea una forofa desmedida, y a veces necesito escuchar sus óperas con cierta calma. Segundo, los problemas que ha tenido la Scala con las huelgas últimamente me hacían temer alguna tempestad de silbidos hacia la orquesta.
Qué decir tiene que todos mis temores eran infundados. No sólo transcurrieron las horas velozmente, en una constante maravilla ante la belleza de Tristán. Fue una noche para no olvidarla, y para envidiar a los afortunados (con los precios, muy afortunados) que estaban allí. El milagro fue realizado gracias, principalmente, a Daniel Barenboim, a la orquesta que estuvo soberbia y a la señora Waltraud Meier, que fue una Isolda estremecedora. Su Tristán (Ian Storey) no estuvo tan afortunado. La puesta en escena de Patrice Chereau, que apostó por un aspecto "atemporal", aún tengo que meditarla, ya que el vídeo aún lo tengo pendiente (lógicamente al no tener canal satélite me conformé con la RAI 3, bendita sea, y con su pesada presentadora que creía ciegamente en que podríamos confundir el himno italiano con el preludio, vaya) Aquí os dejo el maravilloso Mild und Liese que se marcó la Meier.
Qué decir tiene que todos mis temores eran infundados. No sólo transcurrieron las horas velozmente, en una constante maravilla ante la belleza de Tristán. Fue una noche para no olvidarla, y para envidiar a los afortunados (con los precios, muy afortunados) que estaban allí. El milagro fue realizado gracias, principalmente, a Daniel Barenboim, a la orquesta que estuvo soberbia y a la señora Waltraud Meier, que fue una Isolda estremecedora. Su Tristán (Ian Storey) no estuvo tan afortunado. La puesta en escena de Patrice Chereau, que apostó por un aspecto "atemporal", aún tengo que meditarla, ya que el vídeo aún lo tengo pendiente (lógicamente al no tener canal satélite me conformé con la RAI 3, bendita sea, y con su pesada presentadora que creía ciegamente en que podríamos confundir el himno italiano con el preludio, vaya) Aquí os dejo el maravilloso Mild und Liese que se marcó la Meier.
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