miércoles, 14 de mayo de 2008

La reina de Asiria

Abigaille. He ahí un personaje al que adoro. Veamos, aparentemente es una víbora ambiciosa, mala hija y peor hermana. Mejor dicho, hermanastra. Y además tiene la curiosa costumbre de merendar sopranos; vaya regalito que le hizo Verdi a su primera intérprete, la que luego sería su segunda esposa, Giuseppina Strepponi, cuyo declive canoro se achaca, entre otras causas, a su interpretación de la reina de Asiria. Superficialmente podríamos quedarnos ahí: mala, retorcida, intrigante, con mala leche, asesina en serie de carreras sopranísticas. Pero la hija del señor de Babilonia (nótese: no es lo mismo que Asiria; que los asirios ocuparan Babilonia durante una temporada no quiere decir que fueran lo mismo, no señor) esconde un pasado doloroso. Amor no correspondido, siempre. Amor por Ismaele, que decidió dedicarse a la hermana menor, la favorita del padre, Fenena (bostezo, bostezo, bostezo, lo siento, pero Fenena es para mí como la Micaela de Carmen; sosa). Amor tal vez por el padre, que no la considera como hija suya, ya que su sangre no es del todo limpia. Abigaille es hija de esclavos, y a pesar de su valor en la batalla y de sus dotes de mando, Nabucco la desprecia, enviándola a vigilar el harén mientras está en campaña y Fenena hace las veces de regente. No se sabe muy bien cómo, Abigaille se hace con el documento que acredita su origen ilegítimo y planea vengarse del mundo entero: ¡Caiga el reino sobre mí misma! Después de llorar la época de la perdida inocencia, nuestra pobre y atormentada heroína se apresta a tomar el poder se ponga por delante quien se ponga. Aunque Abigaille conseguirá la corona por breve tiempo, al final todo acabará mal para ella. En el fondo se trata de uno de los personajes operísticos con peor suerte, aunque mucho peor es la de Gioconda en la ópera homónima de Ponchielli, desde luego. Al final, nuestra villana favorita se envenena por causas no muy bien explicadas. De acuerdo, la locura es un recurso muy socorrido en la ópera. Aunque muere "redimida" por su conversión del último minuto (más vale tarde que nunca), toda su maniobra para vengarse del universo entero sólo consigue hacerla más desgraciada aún... Vamos, que la ópera debería llamarse Abigaille... Como Aida debería llevar el nombre de Amneris en vez del de esa sosainas de princesa etíope... A lo mejor todo se reduce a que cuando veo a Dimitrova en el famoso deuvedé ochentero de la Scala me cambiaría por ella mil veces. Vamos, que una de mis fantasías operísticas no cumplidas es "ser" Abigaille y cantar Salgo già... Y todo lo demás también, pero sobre todo la cabaletta. Rara que es una con sus fantasías...
He aquí a unas cuantas Abigailles...

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