Jacques Offenbach (1819-1880) fue un alemán de alma francesa. Nacido en Colonia en una familia judía, su padre adoptó como apellido el nombre de su ciudad natal, Offenbach am Main. Cuando su padre (que había sido entre otras cosas traductor, encuadernador, editor, profesor de música y cantor en la sinagoga) notó las habilidades musicales de Jakob (entonces se llamaba así), lo llevó a París para terminar sus estudios de violoncello. Sus estudios se vieron interrumpidos en 1834, básicamente por culpa de su no muy boyante economía. Ya se le conocía como Jacques, y fue a parar a la orquesta de la Opéra-Comique. No obstante, no tardó en hacerse notar como solista, o más bien como virtuoso. En 1844 se convertiría al catolicismo para casarse con una joven española, Herminia de Alcaín. Aunque volvería a Alemania para escapar de la revolución de 1848, volviendo poco más tarde. A partir de 1855 dirige su propio teatro, Les Bouffes Parisiens. Compondrá noventa operetas (La Belle Hélène, La Périchole, Orfeo en los Infiernos, La Gran Duquesa de Gérolstein, La vie parisienne...) y una ópera, Les Contes de Hoffmann. Trabajando en esta última le sorprendería la muerte. Fue Ernest Guiraud quien completó la ópera, encargándose por ejemplo de los recitativos como ya había hecho en Carmen. La muerte del compositor antes de terminar la orquestación dio lugar a una serie de versiones: Choudens, Oeser, Kaye... de las que la Choudens puede considerarse como la "tradicional". Si a esto añadimos que hasta hace poco se creían todas las partituras originales destruídas en diversos incendios, habrá que creer que, como dice la superstición, la única ópera de Hoffmann está gafada.
Como La Forza del Destino, esta ópera arrastra una fama de maldita que arranca con el incendio del Ringtheater de Viena en la segunda función de Los Cuentos de Hoffmann, el 8 de diciembre de 1881. El incendio (originado por las antorchas que iluminaban el acto de Giulietta) se cobró 384 vidas. A partir de la catástrofe y, como de costumbre, demasiado tarde, se crearon nuevas normas de seguridad, como salidas de emergencia o telones de seguridad. Hay que decir, sin embargo, que el Ringtheater ya contaba con su propia tragedia antes de que fuera devorado por el incendio. Siempre se dijo que su arquitecto se había quitado la vida después de que el emperador Francisco José criticara el edificio.
En aquella aciaga noche vienesa se perdió una de las copias originales de la partitura de Offenbach. Otra de ellas acabó consumida por las llamas en el incendio de la Salle Favart, la sede de la Opéra-Comique, que tuvo lugar en 1887. El hecho de que su compositor muriera antes de concluirla adornaba la leyenda negra. Se llegó a contar, incluso, que había encontrado en un café ignoto a un hombre de aspecto miserable que tocaba al piano la celebérrima Barcarola y que le había pedido poder utilizarla en su ópera. El hombre habría advertido a Offenbach que aquella melodía traía la desgracia, pero el compositor no le había hecho caso. La leyenda es hermosa, pero falsa: la Barcarola no es sino un reciclaje proveniente de Die Rheinnixen (Las hadas del Rhin), obra que había sido estrenada en Viena en 1864.
Aquí tenemos a Agnes Baltsa como Giulietta en una hiperlujosa producción del Covent Garden, con Claire Powell como Nicklausse y Georges Prêtre a la batuta.
Vídeo de murdock1983
Como La Forza del Destino, esta ópera arrastra una fama de maldita que arranca con el incendio del Ringtheater de Viena en la segunda función de Los Cuentos de Hoffmann, el 8 de diciembre de 1881. El incendio (originado por las antorchas que iluminaban el acto de Giulietta) se cobró 384 vidas. A partir de la catástrofe y, como de costumbre, demasiado tarde, se crearon nuevas normas de seguridad, como salidas de emergencia o telones de seguridad. Hay que decir, sin embargo, que el Ringtheater ya contaba con su propia tragedia antes de que fuera devorado por el incendio. Siempre se dijo que su arquitecto se había quitado la vida después de que el emperador Francisco José criticara el edificio.
En aquella aciaga noche vienesa se perdió una de las copias originales de la partitura de Offenbach. Otra de ellas acabó consumida por las llamas en el incendio de la Salle Favart, la sede de la Opéra-Comique, que tuvo lugar en 1887. El hecho de que su compositor muriera antes de concluirla adornaba la leyenda negra. Se llegó a contar, incluso, que había encontrado en un café ignoto a un hombre de aspecto miserable que tocaba al piano la celebérrima Barcarola y que le había pedido poder utilizarla en su ópera. El hombre habría advertido a Offenbach que aquella melodía traía la desgracia, pero el compositor no le había hecho caso. La leyenda es hermosa, pero falsa: la Barcarola no es sino un reciclaje proveniente de Die Rheinnixen (Las hadas del Rhin), obra que había sido estrenada en Viena en 1864.
Aquí tenemos a Agnes Baltsa como Giulietta en una hiperlujosa producción del Covent Garden, con Claire Powell como Nicklausse y Georges Prêtre a la batuta.
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