Como hoy anuncia el diario Le Monde, Stéphane Lissner, actual sobreintendente y director artístico de la Scala, dejará el cargo en 2015 para ocuparse de la Ópera Nacional de París, hasta ahora a cargo de Nicolas Joel, que ha dimitido tras los recortes presupuestarios sufridos. Lissner ha sido en los últimos meses objeto de una polémica referida a su sueldo estratosférico, surgida después de que se anunciara a bombo y platillo la reducción de una parte del mismo. Hasta ahora - de hecho hasta hace unos días - había negado que se fuese a marchar de Milán después de la Expo de 2015. ¿Su marcha supondrá también la de Barenboim? Ya nos enteraremos. En cuanto al balance de la "era Lissner", lo cierto es que el teatro ha ido perdiendo la personalidad que le quedaba. No se ha destacado Lissner, tal vez encorsetado por el ambiente escalígero, por la originalidad - ha batido el record de reposiciones de Aida, felicidades - o por la calidad artística de la mayoría de los espectáculos. Citemos excepciones honrosas como el maravilloso Tristan inaugural de 2007 a cargo de Barenboim-Chéreau. Ahora el venerable coliseo milanés es un teatro en el que se programan las mismas obras que en cualquier otro, a cargo de los mismos directores de escena que trabajan en cualquier otro. Además existen dificultades económicas - más de cuatro millones de euros de deuda - y sindicales que no presagian buenos tiempos para la Scala. Esperemos que, como decía Barenboim hace unos días, la transición al menos sea pacífica.
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