Tendría trece o catorce años. Naturalmente había oído hablar de la película, otra parodiada, saqueada, homenajeada (son tres maneras de decirlo), pero jamás la había visto. Cuando una noche invernal de martes víspera de puente Ilsa, Rick, Victor, Sam y mi adorado prefecto Renaud (a ese personaje lo tengo en un altar y veo la película por él), me tuvieron hechizada pese a las generosas pausas publicitarias que introducía la 2, sentada en el salón de una casa que ya no es mi casa, y me convirtieron en amante del cine clásico y en mitómana compulsiva. Nunca olvidaré la maravillosa sorpresa con la que me enfrenté por primera vez a Casablanca, sorpresa que (milagro) se repite cada una de las veces que la revisito, a pesar de sabérmela de memoria. Esta noche Renaud, los demás y yo tenemos una cita. Otra vez.
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