Floria Tosca, la famosa cantante romana, no es (siempre según Sardou) romana, como tampoco es romano ninguno de los personajes de esta ópera que tiene como telón de fondo una Roma aterrorizada por la policía vaticana, una ciudad que purga sus veleidades republicanas. En el acto I del drama de Sardou, Cavaradossi nos cuenta los antecedentes de la diva. Y son muy humildes. De niña, Floria era pastora de cabras en Verona. Suponemos que es una nativa de esa ciudad, porque por caridad, y atraídas por su voz inigualable, las religiosas de un convento de benedictinas veronesas decidieron protegerla; la faceta de "beata" de Floria viene sin duda de su educación, aunque Mario cuenta que esta fue muy limitada "sólo le enseñaron a leer, a escribir y a rezar", dice a Angelotti. De este modo, Tosca tuvo su primer maestro (el organista del convento), y a los dieciséis años era (siempre cantando en la iglesia) algo así como una celebridad local. Es entonces cuando Cimarosa, que debía pasar por allí, la descubre y decide que su talento dramático debe ser exhibido en el teatro. Oposición de las religiosas que consideran la ópera como antro de perversión, nueva Babilonia, etc. El "conflicto" entre ambas partes llega hasta Roma. Pío VI interviene, dando a la joven libertad para cantar en el teatro: "Haréis verter dulces lágrimas; y esta también es una manera de rezar a Dios". Debuta a los veinte años en la Nina de Paisiello; a los veinticuatro, edad que ronda nuestra heroína en el momento en que se desarrolla la acción, ya ha debutado en el San Carlo, la Scala y la Fenice. Durante uno de sus conciertos en el Teatro Argentina de Roma, conoce a Mario Cavaradossi y el flechazo es inmediato. Cavaradossi, aunque mal visto por la autoridad, decide prolongar su estancia en Roma para permanecer al lado de su amante, a la que sólo encuentra un defecto: su tendencia a sentir celos de todo lo que lleve faldas y se acerque a menos de cien metros de su Mario. La pareja celebra sus encuentros en la iglesia de Sant'Andrea della Valle y en la villa que Cavaradossi posee en las afueras, más discreta que el palacio familiar de la Plaza de España. En teoría tendría que ser una relación secreta, pero muchos saben de ella. Incluído el barón Scarpia, porque, naturalmente, como jefe de la policía vaticana su trabajo es saberlo todo de todo el mundo.
Aparte del difunto Papa, los contactos de Tosca llegaban también a la realeza. La reina Maria Carolina de Nápoles (hermana de Maria Antonieta) es su protectora y siente gran simpatía hacia ella. En cambio su relación con Paisiello no es fácil. La joven considera fastidioso al compositor, al que llama "viejo charlatán" (y al que Mario desprecia por su afán de hacerse perdonar con halagos las composiciones que realizó en honor de la república), y al que, ante todo, no perdona que la importune constantemente con mensajes, sobre todo si éstos son entregados en la iglesia de Sant'Andrea. En la temporada de 1800-1801, Tosca debería haber ido a Venecia, pues el contrato ya estaba firmado. Las circunstancias de su trágica muerte, por todos conocidas, lo impidieron.
Como ya se ha dicho, las características principales de la personalidad de Tosca son la religiosidad inculcada por su educación y los celos extremados. Floria vive atormentada por dos pecados, el de su profesión y el de su relación con Cavaradossi. No se trata sólo de mantener relaciones fuera del matrimonio (que, por otra parte, rara vez contraían fuera de su mundo los que se dedicaban a vivir del escenario; en su época y en su ambiente, Tosca no tendría derecho siquiera a ser enterrada en tierra consagrada; desde luego menos a raíz de su suicidio). Su habitual confesor, el padre Caraffa, comparte estas ideas, hasta el punto de advertirle que debe quemar todos los libros que el hereje Cavaradossi le preste, o arderá ella en el Infierno. Así se lo aconseja en el caso de La nueva Eloísa de Rousseau (nota: el ejemplar fue dedicado por el autor al padre de Cavaradossi, que compartía ideales con su hijo), aunque finalmente Floria lo leerá, considerándolo "un horror"; añade una observación curiosa, no obstante: los personajes, según ella, no paran de hablar "y no se aman nunca". ¿Amor en el sentido de relación "pecaminosa" y "abominable" como la que mantiene ella con Cavaradossi? El dichoso Caraffa la convence de que su única salvación reside en convertir al "hereje", al "jacobino". No es de extrañar que Mario, con estos mimbres, no confíe ni uno de sus planes a su amante, y menos con la situación que se desencadena a raíz de la fuga de Angelotti. Finalmente, las debilidades de Tosca son utilizadas por Scarpia para desencadenar la catástrofe, con los resultados que ya conocemos.
Aparte del difunto Papa, los contactos de Tosca llegaban también a la realeza. La reina Maria Carolina de Nápoles (hermana de Maria Antonieta) es su protectora y siente gran simpatía hacia ella. En cambio su relación con Paisiello no es fácil. La joven considera fastidioso al compositor, al que llama "viejo charlatán" (y al que Mario desprecia por su afán de hacerse perdonar con halagos las composiciones que realizó en honor de la república), y al que, ante todo, no perdona que la importune constantemente con mensajes, sobre todo si éstos son entregados en la iglesia de Sant'Andrea. En la temporada de 1800-1801, Tosca debería haber ido a Venecia, pues el contrato ya estaba firmado. Las circunstancias de su trágica muerte, por todos conocidas, lo impidieron.
Como ya se ha dicho, las características principales de la personalidad de Tosca son la religiosidad inculcada por su educación y los celos extremados. Floria vive atormentada por dos pecados, el de su profesión y el de su relación con Cavaradossi. No se trata sólo de mantener relaciones fuera del matrimonio (que, por otra parte, rara vez contraían fuera de su mundo los que se dedicaban a vivir del escenario; en su época y en su ambiente, Tosca no tendría derecho siquiera a ser enterrada en tierra consagrada; desde luego menos a raíz de su suicidio). Su habitual confesor, el padre Caraffa, comparte estas ideas, hasta el punto de advertirle que debe quemar todos los libros que el hereje Cavaradossi le preste, o arderá ella en el Infierno. Así se lo aconseja en el caso de La nueva Eloísa de Rousseau (nota: el ejemplar fue dedicado por el autor al padre de Cavaradossi, que compartía ideales con su hijo), aunque finalmente Floria lo leerá, considerándolo "un horror"; añade una observación curiosa, no obstante: los personajes, según ella, no paran de hablar "y no se aman nunca". ¿Amor en el sentido de relación "pecaminosa" y "abominable" como la que mantiene ella con Cavaradossi? El dichoso Caraffa la convence de que su única salvación reside en convertir al "hereje", al "jacobino". No es de extrañar que Mario, con estos mimbres, no confíe ni uno de sus planes a su amante, y menos con la situación que se desencadena a raíz de la fuga de Angelotti. Finalmente, las debilidades de Tosca son utilizadas por Scarpia para desencadenar la catástrofe, con los resultados que ya conocemos.
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