El padre literario de Tosca fue un prolífico autor de dramas históricos, Victorien Sardou, que nació en París el 5 de septiembre de 1831. Hijo de una familia de modestos recursos originaria del sur de Francia, empezó la carrera de medicina, pero hubo de abandonarla por estrictas razones de supervivencia: en casa era necesario comer, y no era estudiando como iba a conseguirlo. Sobrevivía dando clases de Francés a extranjeros, amén de Matemáticas, Latín o Historia. Además, escribía artículos para enciclopedias y trataba de introducirse en el mundo de las letras, intentando, sin éxito, atraer la atención de la actriz Rachel con un drama titulado La Reina Ulfra, aunque sin éxito. Su protectora de esos años es una oscura Madame de Bawl cuya fama efímera databa del tiempo de laRestauración borbónica. No obstante, las cosas no le fueron nada bien en sus primeros tiempos. Se diría que era víctima de algún tipo de maldición.
Veamos. La primera obra que Sardou estrenó fue La Taberna de los Estudiantes, que subió al escenario del Odéon el 1 de abril de 1854. Desgraciadamente para Sardou, de alguna manera había corrido la voz de que el Gobierno lo había comprado y que su obra era una provocación para los estudiantes. La obra se "cayó" del cartel tras cinco representaciones, y a partir de ahí su autor fue en picado. Bernard Palissy, obra aceptada precisamente por el Odéon, no se representaría por un cambio en la dirección del teatro. Flor de liana quedó suspendida por la muerte del director del Ambigu, donde había de representarse. El jorobado no gustó a su protagonista y se estrenaría con un nombre erróneo, atribuyéndose, además, a otro autor. París al revés fue rechazada después de que Eugene Scribe advirtiera al director del Teatro del Gimnasio que la escena amorosa escrita por Sardou era escandalosa.
Con estos mimbres, no era de extrañar que Victorien Sardou se arruinase. Por si esto fuera poco, una fiebre tifoidea estuvo a punto de mandarle al otro barrio. No obstante, en su enfermedad encontró el auxilio de una vecina suya, Mademoiselle de Brécourt, que, lo que son las cosas, estaba relacionada con el mundo teatral y más concretamente con la actriz Virginie Déjazet, amiga suya que se convertiría en protectora de Sardou, hasta tal punto que le compró un teatro en 1859, el Teatro Déjazet. La primera obra que Sardou escribió para su protectora (Cándida) topó con la censura; no obstante después de este revés al final le llegó el éxito.
Sardou, convertido en una de las figuras teatrales de París, comenzó burlándose de todos y cada uno de los elementos que formaban la sociedad francesa. Tan pronto arremetía contra la burguesía (como en Nuestros íntimos, de 1861) como de los campesinos (Nuestros buenos aldeanos, 1866), o bien sacaba punta a otros temas de sociedad (¡Divorciémonos!, 1880). Con la década de los 80, comenzó a introducir elementos históricos en sus dramas, el primero de los cuales, también muy conocido por cualquier amante de la ópera, fue escrito especialmente para Sarah Bernhardt, la Divina Sarah: Fedora (1882). Para la propia Sarah Berhnartd escribiría Théodora, Gismonda, Cleopatra y la obra que nos ocupa: La Tosca.
La gran Sarah había tenido una vida agitada antes de establecerse como una auténtica revolucionaria en los escenarios franceses por su forma de interpretar, alejada de convencionalismos y siempre buscando una mayor naturalidad en el acercamiento a los personajes. Había nacido como Rosine Bernardt en París, hija de una judía holandesa, Julie, alias la Youle, una prostituta de lujo que tendría varias hijas más (una de ellas, Jeanne, seguiría los pasos de la madre y se convertiría en cortesana; la otra, Régine, comenzó a prostituirse a los trece años y murió a los dieciocho de tuberculosis). Pasó parte de su infancia en Bretaña. De niña, se rompería la pierna al caer desde una ventana; la pierna curó, pero arrastró molestias toda su vida hasta que Floria Tosca cobró su factura. Al final de una representación que tuvo lugar en 1914, cayó mal y su pierna (que nunca había dejado de causarle molestias) se resintió. La infección que le siguió llevó a una amputación. En todo caso, tras su accidente fue a vivir con su madre a París, ingresando más tarde en un internado para señoritas de Auteuil, a las afueras de la ciudad. Abandonó el internado a los 15 años; su madre quiso introducirla en su mundo y que siguiera sus pasos. Por consejo de uno de los frecuentadores del salón de Julie, el duque de Morny (hermanastro de Napoleón III), Sarah fue inscrita en el Conservatorio de Música y Declamación de París. Debutó en 1861, aunque sus primeros tiempos fueron difíciles y tras un embarazo y el nacimiento de su hijo, también se convirtió en cortesana; más tarde, con su éxito en el escenario, pudo dedicarse solamente a su oficio de actriz. Sarah se dedicó no sólo al teatro y (en sus últimos años) al cine, sino que también cultivó la pintura y la escultura, además de escribir tres libros. Como vivió bastante para llegar a ver el cine, algo nos ha quedado del arte de la gran Sarah:
Condecorada tras la Primera Guerra Mundial (había transformado su teatro en un hospital y realizado una serie de actuaciones en las trincheras para animar a los soldados), Sarah siguió en activo hasta su muerte en 1923, dedicándose al cine. Tras rodar su última escena el 15 de marzo, su agotamiento fue tal que se desmayó. Fallecería once días más tarde en brazos de su único hijo, Maurice, fruto de su relación con el príncipe de Ligne. A su entierro en el Pére-Lachaise acudieron 150.000 franceses. Las curiosidades acerca de Sarah son numerosas, tanto su escéntrico gusto por dormir en un ataúd (y dejarse fotografiar en él), como por mantener animales exóticos (cocodrilos inclusive), como su inveterada mala suerte en el juego o el pánico escénico que la invadía cada vez que actuaba, pánico que acababa desapareciendo después de un rato sobre las tablas. También se destacó interpretando papeles masculinos, como Hamlet (huelga decir que tambíen representó Ofelia) o Napoleón II, héroe de la tragedia de Rostand El Aguilucho, uno de sus mayores éxitos. Y, para lo que nos ocupa, esta rubia de ojos azules fue la primera en dar vida a la morena y temperamental Tosca. Aunque tuviera el aspecto de la Attavanti.
Veamos. La primera obra que Sardou estrenó fue La Taberna de los Estudiantes, que subió al escenario del Odéon el 1 de abril de 1854. Desgraciadamente para Sardou, de alguna manera había corrido la voz de que el Gobierno lo había comprado y que su obra era una provocación para los estudiantes. La obra se "cayó" del cartel tras cinco representaciones, y a partir de ahí su autor fue en picado. Bernard Palissy, obra aceptada precisamente por el Odéon, no se representaría por un cambio en la dirección del teatro. Flor de liana quedó suspendida por la muerte del director del Ambigu, donde había de representarse. El jorobado no gustó a su protagonista y se estrenaría con un nombre erróneo, atribuyéndose, además, a otro autor. París al revés fue rechazada después de que Eugene Scribe advirtiera al director del Teatro del Gimnasio que la escena amorosa escrita por Sardou era escandalosa.
Con estos mimbres, no era de extrañar que Victorien Sardou se arruinase. Por si esto fuera poco, una fiebre tifoidea estuvo a punto de mandarle al otro barrio. No obstante, en su enfermedad encontró el auxilio de una vecina suya, Mademoiselle de Brécourt, que, lo que son las cosas, estaba relacionada con el mundo teatral y más concretamente con la actriz Virginie Déjazet, amiga suya que se convertiría en protectora de Sardou, hasta tal punto que le compró un teatro en 1859, el Teatro Déjazet. La primera obra que Sardou escribió para su protectora (Cándida) topó con la censura; no obstante después de este revés al final le llegó el éxito.
Sardou, convertido en una de las figuras teatrales de París, comenzó burlándose de todos y cada uno de los elementos que formaban la sociedad francesa. Tan pronto arremetía contra la burguesía (como en Nuestros íntimos, de 1861) como de los campesinos (Nuestros buenos aldeanos, 1866), o bien sacaba punta a otros temas de sociedad (¡Divorciémonos!, 1880). Con la década de los 80, comenzó a introducir elementos históricos en sus dramas, el primero de los cuales, también muy conocido por cualquier amante de la ópera, fue escrito especialmente para Sarah Bernhardt, la Divina Sarah: Fedora (1882). Para la propia Sarah Berhnartd escribiría Théodora, Gismonda, Cleopatra y la obra que nos ocupa: La Tosca.
La gran Sarah había tenido una vida agitada antes de establecerse como una auténtica revolucionaria en los escenarios franceses por su forma de interpretar, alejada de convencionalismos y siempre buscando una mayor naturalidad en el acercamiento a los personajes. Había nacido como Rosine Bernardt en París, hija de una judía holandesa, Julie, alias la Youle, una prostituta de lujo que tendría varias hijas más (una de ellas, Jeanne, seguiría los pasos de la madre y se convertiría en cortesana; la otra, Régine, comenzó a prostituirse a los trece años y murió a los dieciocho de tuberculosis). Pasó parte de su infancia en Bretaña. De niña, se rompería la pierna al caer desde una ventana; la pierna curó, pero arrastró molestias toda su vida hasta que Floria Tosca cobró su factura. Al final de una representación que tuvo lugar en 1914, cayó mal y su pierna (que nunca había dejado de causarle molestias) se resintió. La infección que le siguió llevó a una amputación. En todo caso, tras su accidente fue a vivir con su madre a París, ingresando más tarde en un internado para señoritas de Auteuil, a las afueras de la ciudad. Abandonó el internado a los 15 años; su madre quiso introducirla en su mundo y que siguiera sus pasos. Por consejo de uno de los frecuentadores del salón de Julie, el duque de Morny (hermanastro de Napoleón III), Sarah fue inscrita en el Conservatorio de Música y Declamación de París. Debutó en 1861, aunque sus primeros tiempos fueron difíciles y tras un embarazo y el nacimiento de su hijo, también se convirtió en cortesana; más tarde, con su éxito en el escenario, pudo dedicarse solamente a su oficio de actriz. Sarah se dedicó no sólo al teatro y (en sus últimos años) al cine, sino que también cultivó la pintura y la escultura, además de escribir tres libros. Como vivió bastante para llegar a ver el cine, algo nos ha quedado del arte de la gran Sarah:
Condecorada tras la Primera Guerra Mundial (había transformado su teatro en un hospital y realizado una serie de actuaciones en las trincheras para animar a los soldados), Sarah siguió en activo hasta su muerte en 1923, dedicándose al cine. Tras rodar su última escena el 15 de marzo, su agotamiento fue tal que se desmayó. Fallecería once días más tarde en brazos de su único hijo, Maurice, fruto de su relación con el príncipe de Ligne. A su entierro en el Pére-Lachaise acudieron 150.000 franceses. Las curiosidades acerca de Sarah son numerosas, tanto su escéntrico gusto por dormir en un ataúd (y dejarse fotografiar en él), como por mantener animales exóticos (cocodrilos inclusive), como su inveterada mala suerte en el juego o el pánico escénico que la invadía cada vez que actuaba, pánico que acababa desapareciendo después de un rato sobre las tablas. También se destacó interpretando papeles masculinos, como Hamlet (huelga decir que tambíen representó Ofelia) o Napoleón II, héroe de la tragedia de Rostand El Aguilucho, uno de sus mayores éxitos. Y, para lo que nos ocupa, esta rubia de ojos azules fue la primera en dar vida a la morena y temperamental Tosca. Aunque tuviera el aspecto de la Attavanti.
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