Hoy, 23 de Abril, es el Día del Libro. Felicidades a todos los lectores empedernidos y a todos los libreros. Felicidades también a todos los Jorges, Jordis, Jorginas, etc, ya que hoy es también su día. Y aunque una es madrileña (actualmente exiliada de su amada Villa y Corte) y por tanto nunca ha vivido esa bonita costumbre catalana de regalar libros y rosas los 23 de abril, ha tenido el hábito de regalarse a sí misma un libro en tan señalada fecha (porque los demás no piensan en regalarme libros). Siempre he sido una lectora fanática, un poco anárquica, compulsiva incluso; ahora lo soy un poco menos. Internet es una tentación muy grande. En todo caso esta mañana he salido de casa dispuesta a encontrar un nuevo amigo impreso en alguna de las tres librerías (bueno... dos y media) que tengo actualmente a mi alcance. Dos de ellas una al lado de la otra. Primera impresión. Como aquí todas las librerías se ven obligadas a vender prensa para sobrevivir, me encuentro con ejemplares de las mil y una colecciones quiosqueras en curso. Tropiezo con un libro de César Vidal y retrocedo. Es una novela, pero ya leí Los Hijos de la Luz y si no arrojé el libro por la ventana fue porque no era mío (en fin, eso de que la Francia prerevolucionaria era la Arcadia feliz, pues no, no paso por ello); los dos ejemplares de las Grandes Batallas de la Historia están justo a su lado. Bien, siempre me ha gustado la Historia, y soy una apasionada del género biográfico, pero en esta ocasión no tengo demasiadas ganas de jarana, y menos relacionada con la Segunda Guerra Mundial (soy más del XIX...). Así que me pongo a fisgar por los expositores de las colecciones de bolsillo. Tras apartar la no-se-cuántas edición de Los Pilares de la Tierra (un día lo presté y por tanto lo perdí, como exige la tradición), no hay mucho que me llame la atención, salvo por el colorido. Topo con una novelilla romántica que se llama La Tentación del Templario, o algo así, y que muestra a un metrosexual que habría sido la deshonra de los Pobres Caballeros de Cristo, y a una rubita que parece dispuesta a arrancarle de los votos de castidad de la Orden. Todo en rojos, rosas y fucsias hechos para atraer las miradas del posible lector. En definitiva, nada interesante, de modo que un poco desesperada me dirijo hacia la mesa atestada de best-sellers. La sección "clásicos" no existe (salvo por dos Quijotes, un Mio Cid y tres Celestinas muertas de la risa) y en la mesa en cuestión, Un Día de Cólera de Pérez-Reverte y la última de Harry Potter, Las Reliquias de la Muerte, conviven con una pila de la edición de bolsillo de La Catedral del Mar a punto de desplomarse. Como quiera que los tres libros son conocidos míos, paso de largo. Finalmente vislumbro en la sección de novedades (y, curioso, no muy a la vista) El juego del ángel, de Carlos Ruiz Zafón. Único que se adapta a presupuesto inmediato y que aún no haya pasado por mis manos. Así que tomo el grueso ejemplar y paso por caja. No es que sea la mejor opción, pero le tengo cierto cariño al autor; al fin y al cabo lo llevo leyendo desde que tenía 13 años (yo, no él) y me regalaron El Palacio de la Medianoche. Ya veremos qué tal.
1 comentario:
Muy feliz día, espero que hayas acertado en tu elección !
Como no he podido salir a comprar, y últimamente estoy demasiado sesgado hacia los temas musicales, lo he celebrado escribiendo unas cosillas...
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