domingo, 18 de mayo de 2008

Mercadante o la otra Vestale

Hace unos meses hablaba en el blog de una de mis óperas de cabecera (plúmbea para la mayoría, siempre excitante para mí; fue un flechazo desde la primera escucha): La Vestale, de Gaspare Spontini. En una época en la que la obsesión por la Antigua Roma estaba a la orden del día, no fue Spontini el único en inspirarse en una historia similar... Dejando a un lado Norma, cuyas similitudes argumentales son significativas, se conserva el recuerdo de varias óperas que son todavía más infrecuentes que la estrenada en 1807. Una de ellas es anterior: L'innocenza giustificata, ovvero La Vestale, de Christoph Willibald Gluck (1755). Otra es posterior: La Vestale, de Saverio Mercadante, estrenada en Nápoles en 1840 con libreto de Salvatore Cammarano (el mismo que tuvo que apañárselas con cierto drama español para sacar algo coherente en Il Trovatore de Verdi). La historia es básicamente la misma que en Spontini. Una joven vestal enamorada de un guerrero romano, el fuego sagrado que se apaga, la condena a ser enterrada viva... Naturalmente, los tiempos habían cambiado y se imponía un final trágico. Pero la estructura argumental es muy parecida. Por supuesto también cambian los nombres. Ahora la protagonista se llama Emilia, su amado es Decio, y el amigo fiel de éste, Publio. Además aparece una joven vestal amiga y confidente de Emilia, Giunia, y el padre de Decio, el cónsul Licinio. Otra cosa llamativa: La Vestale de Mercadante no podría ser jamás utilizada como vehículo de lucimiento por diva alguna. Si en el caso de Spontini son pocas las llamadas a encarnar a Giulia, en Mercadante, sorprendentemente, Emilia y Decio carecen de páginas solistas. No hay arias para ellos, y las figuras de Giunia y Publio cobran una importancia que puede despistar al oyente poco avisado. Su compositor decía seguir así una reforma que había iniciado con Il Giuramento (una de sus obras más conocidas actualmente, basada, como La Gioconda de Ponchielli, en el drama de Hugo Angelo, tirano de Padua): formas variadas, desaparición de cabalettas inútiles, una orquesta rica, pero que no cubra el canto... Así se expresaba Saverio Mercadante sobre esta ópera, que hacía el número 45 en su producción... de un total de 60. Nacido en 1795 en Altamura, cerca de Bari, y muerto en Nápoles en diciembre de 1870, Saverio Mercadante, compositor de gran éxito en su día, e imprescindible para todo belcantista que se precie, se vio eclipsado completamente por el ascenso del joven Verdi. Este lo respetaba hasta el punto de pedirle consejo para el reparto de Macbeth. Luego la relación se enfrió. Mercadante se veía amenazado por el peligroso rival. Verdi opinaba que "Zingarelli y Mercadante son grandes nombres, dos grandes Maestros... pero no han hecho nada según la exigencia de los tiempos y además han dejado de lado los estudios profundos que fueron las bases gloriosas de la escuela de Durante, Leo, etc". Al final, Verdi eclipsó no sólo a Mercadante, sino a la práctica totalidad de los compositores contemporáneos, así como a su "eterno compañero" Pacini (eterno compañero porque siempre se les cita juntos). Desde 1840 hasta su muerte, Saverio Mercadante se hizo cargo del Conservatorio de Nápoles, que en la época era el más importante de Italia. Antes ya había presidido el Liceo Musical de Bolonia, cargo para el que le había señalado Gioachino Rossini (siendo los otros candidatos Pacini y Donizetti). Pocos meses después dimitiría para como se ha dicho presidir el Conservatorio de Nápoles, puesto en el que su maestro Zingarelli había sido su predecesor.


(parte final)

Pero hablábamos de La Vestale, sobre la cual podéis encontrar una crítica detalladísima (aparecida en La Revue des Deux Mondes en 1842, en ocasión de unas funciones parisinas; naturalmente está en francés) en este enlace. Mucho menos extensa que su hermana mayor spontiniana, La Vestale de Mercadante se caracteriza, entre otras cosas, por la rapidez de la acción. Y desde luego por el final que se convierte en una pequeña matanza. Después de que el cónsul Licinio (padre de Decio) haya condenado a la joven Emilia por dejar que el fuego de Vesta se apagara (Giunia ha intentado echarse la culpa del incidente para salvar a su amiga, pero no ha convencido a nadie), más preocupado de cumplir las leyes de Roma que de atender las súplicas de Publio que le pide que se apiade de su hijo, la vestal es enterrada viva y el intento de su amado para salvarla por la fuerza es en vano. Emilia muere, y también lo hace Publio en su lucha por liberarla. Decio acaba suicidándose sobre la tumba de Emilia.

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