lunes, 9 de febrero de 2009

Los orígenes de La Traviata: La Dama de las Camelias


Dicen que ha habido gente que se ha arruinado por esa joven, y que tenía amantes que la adoraban. ¡Y pensar que ni uno de ellos viene a ofrendarle siquiera una flor!,me parece algo muy triste y curioso. Y, a pesar de todo, no hay que compadecerla, pues tiene su tumba, y aunque sólo uno se acuerde de ella, éste ya cumple por los demás. Pues tenemos aquí pobres chicas de la misma condición, y de la misma edad, que van a parar a la fosa común, y se me parte el corazón al oír sus músieros cuerpos en la tierra. ¡Y, una vez muertas, absolutamente nadie se ocupa de ellas!

(Alejandro Dumas, La Dama de las Camelias, capítulo 5)

Alejandro Dumas hijo (1824-1895) es conocido fundamentalmente por La Dama de las Camelias, como recordamos una idealización de la relación que tuvo con Marie Duplessis. Fruto de una relación del padre de D'Artagnan y compañía con una costurera (Marie-Catherine Labay) y reconocido por éste en 1831, heredó el talento literario de su progenitor, si bien no en la misma medida. A partir del año citado, los padres de Alejandro entablaron una batalla por su custodia,que perdió Marie-Catherine. El niño, pues, fue arrebatado a su madre. Durante toda su vida el origen ilegítimo de su nacimiento, así como cierto resentimiento hacia su padre serían motivo de tormento para él. En el año 1844 fue a vivir con su padre en Saint-Germain-en-Laye, misma época en la que conoció a Marie Duplessis, con los resultados que ya conocemos. La Dama de las Camelias no era su primera obra; sin embargo, estaba llamada a ser su éxito más duradero, sobre todo a raíz de la adaptación teatral, un drama en cinco actos del que él mismo es responsable y que hizo, según propia declaración, porque necesitaba el dinero.


A la hora de llevar a la ficción su romance con la cortesana, Dumas tomó como modelo Manon Lescaut, del Abate Prévost, libro que juega un importante papel en la narración. Recordemos que es la compra de un ejemplar de esta novela lo que propicia el encuentro entre Armand Duval y el narrador principal e innominado del relato. Si recordamos Manon, hay ciertos paralelos en la estructura. En ambos casos, el relato es un largo flash-back. En ambos casos, el narrador principal es el encargado de abrirlo y de ponerle fin, dejando en medio el testimonio de los protagonistas de esa historia que se ha encontrado por casualidad. Eso sí, al contrario que en la novela de Prévost, aquí se concede espacio a la voz de Marguerite. Voz de ultratumba que llega a través del diario dejado a Armand, y en la que se nos explica al fin el sacrificio que la joven ha hecho por él.

El argumento es familiar para todos y no hace falta extenderse demasiado en él: Armand Duval, un joven de la burguesía, se enamora perdidamente de la cortesana Marguerite Gautier, que acaba correspondiéndole. Su idilio en el campo acaba interrumpido por Duval padre que, en nombre de su hija menor, insta a la cortesana a abandonar a Armand. Ésta accede; su amante, que nada sabe de todo ésto, se comporta cruelmente con ella (lo menos que hace es entablar relaciones con otra cortesana, Olympe, y exhibirla ante los ojos de la pobre Marguerite). Termina viajando a Oriente para olvidar a Marguerite; allí se entera de la enfermedad de la joven, y regresa a París para encontrarse con que ella ya ha muerto. Por medio de su amiga Julia Duprat, Marguerite confiesa a Armand la verdad. Es un joven atormentado por la culpa el que se encuentra más tarde el narrador después de la subasta que señala la dispersión de los bienes de la cortesana. Dumas no tuvo reparo alguno en confesar quién era la inspiradora de la heroína de aquella historia que, decía el innominado narrador, sólo encerraba un mérito, el de ser verdadera.


He aquí pues cómo, debido a un éxito extraordinario, este libro impreso con el frescor de una novela fútil, destinado a vivir apenas un día, se reimprime hoy con todos los honores de un libro aceptado por todos. Léanlo, y reconocerán en sus menores detalles la conmovedora historia de la que, este joven tan extraordinariamente dotado, ha escrito la elegía y el drama con tantas lágrimas, éxito y dicha.

(Jules Janin, La señorita Marie Duplessis)



Las grandes actrices trágicas se apresuraron a incorporar a Marguerite a su repertorio. Aunque el papel fue estrenado por Eugènie Doche, actriz de talento discutido en la época, una de las que más se identificó con él fue Sarah Bernhardt (en la imagen). La Divina Sarah llegó a tiempo de protagonizar una adaptación cinematográfica en 1912; el cine se interesó por la cortesana desde muy pronto. La primera incursión de Marguerite en la gran pantalla data de 1907. Naturalmente, la más célebre adaptación es la protagonizada en 1936 por otra Divina, Greta Garbo: Camille, de George Cukor (conocida en España como Margarita Gautier), con un jovencito Robert Taylor y una notable influencia del libreto de Piave para La Traviata, tanto en lo que respecta a la banda sonora (llena de citas de la partitura verdiana, especialmente de Ah, fors'è lui y Amor è palpito) como en lo que se refiere al guión.

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