La historia de la Ópera - o la Historia, así, con mayúscula- está llena de malos profetas. Ugo Tansini hizo ese papel para Magda Olivero, después de que la futura cantante se presentara a una audición. No tiene voz, no tiene musicalidad, no tiene personalidad, no tiene nada. ¡Nada! Ocuparse de ella era, en opinión del director, una pérdida de tiempo. Pero como suele pasar en estos casos, Olivero no no se dejó convencer por Tansini de que lo suyo no era el canto. De manera tan accidentada comenzaba una carrera larga, asombrosa y extraña, con parón de diez años incluído. Después de su temprana retirada en 1941 - había debutado en 1933 -, se dejó convencer por Cilea - que quería que interpretase a la protagonista de Adriana Lecouvreur, uno de sus caballos de batalla- y volvió a los escenarios, para mantenerse en ellos durante otras tres décadas. Con sesenta y cinco años, y varios después de tener la magnífica osadía de cantar Medea en Dallas -allí donde la Divina había interpretado el mismo personaje- y triunfar en el intento, debutó en el Metropolitan de Nueva York con Tosca. Al término de la función, el público la homenajeó con una ovación de veinte minutos.
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