domingo, 8 de febrero de 2009

Mortier: "La ópera, si es buena, debe ser siempre transgresora"

El futuro director artístico del Teatro Real de Madrid (recordemos, a partir del 2010) habla hoy en una larga entrevista concedida al diario El País, sobre lo que es su visión del mundo de la ópera y sobre lo que puede ser su labor en el coliseo madrileño.

Este gran gestor cultural, nacido en Gante (Bélgica) hace 65 años, ha marcado desde el buen gusto un espíritu incansablemente transgresor que le ha dado a partes iguales tanta gloria como escándalos y la aparente tranquilidad de sus despachos, un antes y un después en las páginas de este arte mayúsculo.

En enero de 2010, Mortier llegará a Madrid para dirigir el Teatro Real, aunque ya ha comenzado a fondo sus clases de español. "Todavía me lío con los verbos", dice, "puedo pedir un café en el aeropuerto, pero comunicarme con el público... aún no". Eso es algo que él considera fundamental. Dominar la lengua para hacer cierto apostolado. No hay más que verle preguntar e indagar junto al compositor Philippe Boesmans y otros artistas de la ópera Yvonne, princesse de Bourgogne - que actualmente se representa en la Bastilla- como a este hombre le gusta batirse en la arena. Como le apasiona convencer, practicar la provocación intelectual, esa costumbre tan sana que aprendió con los jesuitas en Flandes, donde se crió cerca de los muelles, procedente de una familia obrera.

El nuevo rumbo que quiere marcar en el Real traerá cola. Polémicas. Entregas y rechazos. Pataletas de los sectores más reacios a nuevas propuestas y aplausos de otros muchos. Mortier jugará duro y desmontará verdades instaladas. Cree con la misma convicción que Lou Reed es más importante para la cultura actual que Pavarotti. O que Pedro Almodóvar es un Verdi de nuestro tiempo. Le tentará. También aumentará el repertorio contemporáneo y hará propuestas para atraer nuevos públicos.

Todavía es pronto para que suelte prenda, pero anda dándole vueltas ya a proyectos importantes. Una cosa es segura. Llega más sosegado que cuando desembarcó en Salzburgo en 1991 desde La Monee de Bruselas para sustituir a Herbert von Karajan al frente del festival. Allí, nada más instalarse realizó una declaración de guerra: colgó el retrato de un iconoclasta como Thomas Bernhard -el escritor que con más crudeza ha desgranado las miserias del alma austriaca- en mitad del despacho y la emprendió a mandobles con las vacas sagradas.

LOS RESULTADOS PRONTO empezaron a dar frutos. Acabó con la tiranía de los divos enfrentándose a Jesse Norman, Pavarotti o Carreras. Puso pilas a la comodidad en la que se había instalado una esclerótica Filarmónica de Viena y bajó los humos a directores musicales como Claudio Abbado o Riccardo Muti, con los que luego ha terminado arreglándose. Así trastocó todo el equilibrio y el statu quo de un arte que envejecía sin remisión. Dio el mando a los directores de escena más arriesgados de su tiempo, desde Herbert Wernicke hasta Patrice Chéreau, Luc Bondy, Klaus Maria Grüber o la Fura dels Baus, y, cómo no, a los gestores, que hoy lo conservan. Pero fue una cuenta necesaria porque el público rejuveneció y acudió en masa a llenar las localidades con otro aire.

En París ha seguido su manual desde que apareció en 2001 como director delegado. Lo ha hecho con tanto éxito como irritación por parte del público, y nunca se sabrá lo que hubiera podido aportar en Estados Unidos, donde renunció a dirigir la New York City Opera en noviembre pasado para fortuna del Real. Aquella dimisión fue la que hizo que la plaza madrileña le tentara, y su designación, casi inmediata, fue pan comido.


El resto aquí. En una cosa, desde luego, tiene razón, y es en la necesidad de hacer algo con la orquesta y el coro del Real, a base del trabajo con un director estable. Es algo muy necesario, así como la revisión de las condiciones en las que orquesta y coro trabajan. Lo de bajarle los humos a los divos y directores es pintado en la entrevista como una heroicidad, claro que no nos dicen que este hombre llamó despectivamente a Carreras enfermo, que sugirió que las puertas en Salzburgo debían hacerse más anchas para que cupiese por ellas Jessye Norman, o que los directores no es que agacharan la cerviz, sino que directamente le fueron abandonando. Por mucho que luego (a enemigo que huye, puente de plata) se reconciliaran después de que él dejara el festival que aún sigue en las ruinas y sufriendo las consecuencias del déficit de los últimos años de su mandato. Que todo hay que decirlo, y esto, más que una entrevista, parece una hagiografía. Lo que está claro es que no nos vamos a aburrir.

2 comentarios:

Mantoval dijo...

¡ Vaya SUPERGILIPOLLAS que nos han traido para dirigir el Real!

¿Quién ha sido?



Deberían procesarlo.

Nina dijo...

Pues se iba a Nueva York (Mortier), pero las condiciones de allí no le gustaron, y en el Real le estaban tirando los tejos a él y a Lissner, que de momento no se mueve de la Scala y que ya tuvo una mala experiencia en el Real. Así que a ver lo que resulta de todo esto.

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