viernes, 31 de julio de 2009

Wagner y el Holandés


En septiembre de 1839 y tras un penoso viaje por tierra y mar (aquella travesía espantosa que tanto le marcaría a la hora de componer el Holandés) Richard Wagner llegó a París. La estancia no sería provechosa y a menudo se habla del periodo parisino como los años de hambre del compositor. Había conocido a Meyerbeer durante su breve estancia en Boulogne, cuando le había mostrado los dos primeros actos de Rienzi. Meyerbeer había prometido su apoyo "de la manera más amistosa", según el propio Wagner. Así, por sugerencia de Meyerbeer y para introducirse en el mundo operístico de París entró en negociaciones con el Théâtre de la Renaissance para la representación de Das Liebesverbot (La prohibición de amar), cuyo libreto fue a tal efecto traducido al francés. Más tarde Wagner dejó entender que Meyerbeer le había ocultado el penoso estado económico del teatro, aunque, si nos guiamos por lo que él mismo escribía en una carta fechada en mayo de 1840, fue él, y no Meyerbeer, quien advirtió antes que el Théâtre de la Renaissance se encaminaba a la bancarrota (en su autobiografía, Wagner "adornó" un tanto su experiencia parisina). Lo que sigue es fácilmente imaginable: el teatro quebró y Das Liebesverbot, lógicamente, no se representó en su escenario. El compositor, que además estaba atareado con la finalización de Rienzi, trabajó en la editorial Schlesinget y arregló músicas de otros compositores. Presentó alguna de sus obras en público, aunque no le fue demasiado bien. Es el caso de la Obertura Columbus, presentada en el Conservatorio y mal acogida según el privilegiado testimonio de Hector Berlioz, que estuvo en el estreno. Pero, antes de que este tuviera lugar (en 1841), Wagner ya estaba trabajando sobre el tema del Holandés Errante, que tanto le atraía.
Al parecer, todo partía de un borrador sobre el argumento que Wagner le había enviado a Eugène Scribe, el prolífico dramaturgo y libretista que trabajaba con Meyerbeer y que también lo haría (para Les vêpres siciliennes) con Verdi. Se trataba de un borrador en prosa con el título Le Hollandais Volant. Con ello tenía la esperanza de atraer la atención de la Ópera parisina. Compuso tres fragmentos en primer lugar, destinados a una posible audición que no llegó a producirse: la balada de Senta y las canciones de los marineros noruegos y de la tripulación fantasmal del Holandés. El destino de este primer borrador del Holandés en francés fue ser puesto en música por Pierre-Louis-Philippe Dietsch (1808-1865) que compondría sobre él Le vaisseau fantôme ou le maudit des mers. Wagner lo había vendido a la Ópera por quinientos francos, ya que, según testimonio de Berlioz, el director del teatro ponía más confianza en las capacidades musicales de Dietsch que en las de Wagner. Irónicamente Dietsch dirigiría el estreno parisino de Tannhäuser años más tarde y sería culpado en parte del fracaso, lo que desembocaría en su dimisión como director.
La pérdida, digámoslo así, de este primer esbozo sobre el Holandés no detuvo a Wagner, antes bien lo animó a proseguir la tarea de la composición, esta vez por supuesto con un libreto en alemán. Según su testimonio, en siete semanas (y con la ayuda de un piano alquilado) compuso la ópera en su práctica totalidad, a excepción de la obertura, terminada unos dos meses más tarde. Este primer Holandés aún estaba situado (como en Heine) en Escocia. En vez de a Daland y Erik (un personaje que, recordemos, introduce Wagner), tenía a Donald y Georg. Mientras tanto, había finalizado también la composición de Rienzi, que fue aceptada por el Teatro Real de Dresde. El éxito de esta última le motivó para dar los últimos retoques al Holandés, que estrenaría en el mismo teatro. Entretanto, el Kapellmeister de Dresde murió y a Wagner le ofrecieron el puesto, que, tras dudarlo inicialmente, acabó aceptando.

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